Al
finalizar la Guerra mundial, los estados europeos
adoptaron el
liberalismo
democrático. Sus constituciones
recogieron las libertades individuales y el
sufragio
universal. Pero la
incapacidad del liberalismo
clásico para evitar la crisis y, una vez desatada, para hacerle frente, impulsó el auge de i
deologías
nacionalistas y
totalitarias
que arraigaron en algunos países:
Alemania
e
Italia constituyen los ejemplos paradigmáticos,
si bien hubo otros muchos
(Austria,
Polonia, Yugoslavia, etc). En otras partes
hubo tendencias
filofascistas,
fue el caso de Gran Bretaña
(Oswald
Mosley), Bélgica
(Léon
Degrelle) o Francia, pero estos movimientos carecieron del suficiente empuje para acceder
al poder.