Es un sistema económico, que tiene vertientes
políticas y sociales, en el que el capital
predomina sobre el trabajo. El término
(“kapitalism”)
lo utilizó Carlos
Marx por vez primera
a mediados del siglo XIX. Éste sostenía
que en el sistema capitalista los medios
de producción (dinero, tierra,
fábricas, máquinas, etc) están
en manos de una clase social propietaria (la
burguesía), en tanto que los
trabajadores (proletarios)
están desprovistos de cualquier pertenencia,
lo que los obliga para sobrevivir a vender lo
único que poseen, su fuerza de trabajo,
percibiendo a cambio un salario. Pero Marx sostenía
que ese salario que percibe el proletario no
se correspondería con el valor del trabajo
realizado, por el contrario, una parte del mismo
(la
plusvalía) se la apropiaría
el capitalista, dando lugar a una acumulación
de capital. El salario
tan sólo permitiría reproducir
la fuerza de trabajo (los obreros) y con él
únicamente se atenderían las mínimas
necesidades de subsistencia (alimento, vestido
y poco más).
Independientemente del análisis que
los autores marxistas realizan del sistema (modo
de producción capitalista) se puede encontrar
referencias al capitalismo desde otros ángulos.
Así se habla de “economía
de mercado” para designar la
de aquellos países que permiten y alientan
la propiedad privada de los medios de producción
(capitalistas), frente a aquellos en
los que es el Estado el único propietario
de los mismos (comunistas).
También podemos encontrarnos con el
término “economía
mixta” para designar la de aquellos
en donde se compagina la propiedad privada y
la propiedad estatal o pública. Es lo
que suele ocurrir en la mayor parte de los países
industrializados no comunistas en nuestros días.
Así por ejemplo, la
Sanidad o la Educación (también
otros sectores) están en manos tanto
de empresarios privados (propietarios de colegios,
hospitales, laboratorios, etc) como del Estado.
El más conocido y primer teórico
del capitalismo fue Adam
Smith. Éste sostenía
que el interés y el
enriquecimiento individual favorecen indirecta
e inconscientemente el bienestar
general de la sociedad, pues los empresarios,
en su intento por satisfacer la demanda de bienes
y con ello conseguir ganancias, producen riqueza.
El Estado no debería
pues, intervenir en la economía dejándoles
que compitan entre sí en el mercado.
Adam Smith estaba, por tanto, en franca oposición
al mercantilismo
todavía imperante en el mundo en que
vivió.