Es aquella corriente que extrapola
la teoría de la evolución de Charles
Darwin al campo social. En el último
tercio del siglo XIX, determinados grupos intentaron
justificar el imperialismo mediante
el argumento de que los individuos y colectividades
con mayor capacidad serían
los más aptos para sobrevivir, en tanto que
aquellos que carecían de esas cualidades
estarían condenados a la extinción
o a la supeditación. El hombre blanco, con
su depurada técnica, organización
y superior civilización estaría facultado
para “civilizar” y
utilizar en provecho propio a los pueblos inferiores.
El darwinismo social desembocó directamente
en el racismo y la xenofobia.
Se expresó de forma radical a lo largo de
la primera mitad del siglo XX en el antisemitismo
nazi.