TEXTOS PERIODÍSTICOS
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E
l olvido de la crueldad
franquista
El autor de este artículo, Carlos Berzosa, rector
de la Universidad Complutense de Madrid, a raíz
de la proyección de la película Salvador,
sobre la ejecución de Salvador Puig Antich en 1974,
en la etapa final del franquismo, afirma que nuestros
jóvenes desconocen la verdadera dimensión
de la Dictadura y trata de analizar sus motivos.
Antes de que tuviera ocasión de ver
la película Salvador, acerca de la ejecución
de Salvador Puig Antich, había hablado
con jóvenes que ya la habían visto
y que ignoraban por completo los hechos que
narra. La mejor descripción la hizo una
chica, quien dijo que le pareció impactante.
Realmente lo es, y lo que más les extrañaba
a estos jóvenes es que esos hechos pudieran
haber sucedido en la España de los años
setenta. Se enfrentaban, de esta manera, a través
de la película, al horror que había
supuesto el franquismo, y lo hacían ya
no sólo a través de las ideas
más o menos vagas que acerca de la dictadura
les hubiesen contado en los estudios de bachillerato
o de lo que pudiesen haber oído en sus
casas.
El mismo desconocimiento de estos hechos recientes
por parte de los jóvenes se ponía
también en evidencia en una tertulia
de radio que, dirigida por Concha García
Campoy, se emitía desde los cursos de
verano de la Complutense en El Escorial y en
la que tuve la ocasión de participar.
Al presentar a la actriz Leonor Watling, García
Campoy señaló que ésta
acababa de terminar el rodaje de Salvador. La
actriz mencionó entonces que, antes del
rodaje, ni ella ni el resto del equipo tenían
conocimiento de esa historia. José Luis
Sampedro y yo hablamos en el programa de radio
de lo terrible que fue aquel suceso, de la conmoción
que nos produjo y de otras ejecuciones que se
llevaron a cabo al final del franquismo. Pero
es que hay que admitir que resulta lógico
que los jóvenes no sepan nada acerca
de estos hechos tan cercanos en el tiempo, pues
nadie les ha hablado de ellos, lo que es una
muestra más de la ocultación a
la que se encuentra sometida la historia de
España más reciente y lo ominosa
que pudo ser aquella parte de nuestra historia.
Esta falta de información me recuerda
la que también padecimos tantos jóvenes
universitarios en la década de los sesenta,
incluso entre los que nos enfrentábamos
al franquismo. Max Aub arremete en La gallina
ciega contra esa juventud que en 1969 no sabía
nada acerca de la Guerra Civil, ni de lo que
había representado la generación
del escritor en el ámbito de las ciencias,
las artes y la cultura. Para el catedrático
de la Universidad Autónoma de Barcelona
Manuel Aznar Soler, que hace un estudio introductorio
a esta obra en la edición de Alba Editorial,
este ataque a cuenta de la desmemoria impuesta
por el régimen franquista le parece un
tanto injusto, pues la culpa no podía
ser de aquellos a quienes no se les había
enseñado nada de aquello a que se refería
Aub o, en todo caso, se lo habían transmitido
totalmente deformado. En realidad, no podía
ser de otra manera ya que los libros más
rigurosos acerca de la República y la
Guerra Civil, como los de Hugh Thomas y Gabriel
Jackson, estaban prohibidos y no resultaba fácil
para muchos adquirirlos en el cuarto de atrás
de determinadas librerías o comprarlos
en Francia.
Llegados a este punto, conviene volver al principio:
¿cómo se encuentra el conocimiento
de la juventud universitaria hoy respecto a
lo que fue el franquismo y su última
etapa? Mi experiencia como profesor universitario
es que, salvo una minoría excesivamente
pequeña, la mayoría no tiene ningún
conocimiento. Esto sucede, además, en
un contexto y en un tiempo en el que no es posible
excusa alguna, pues ahora no hay libros prohibidos
y se han publicado muchos que permiten disponer
de una información documentada sobre
lo que realmente pasó.
Un testimonio notable de todo este desconocimiento
lo ofrece Jordi Soler en su libro Los rojos
de ultramar, cuando explica el porqué
de ese libro basado en las memorias escritas
de su abuelo. Pensó, en principio, que
su publicación carecía de interés,
aunque fueran memorias noveladas, pues no dejaba
de ser un libro más sobre la Guerra Civil.
Sin embargo, cambió de idea cuando, encontrándose
impartiendo una conferencia en la Universidad
Complutense, un estudiante le preguntó
cómo es que se llamaba Jordi y hablaba
con acento mexicano. Como contestación,
contó la historia del exilio de su familia
en no más de 10 minutos. Cuando terminó
su rápida explicación los alumnos
se quedaron mirándole desconcertados,
como si acabara de contarles algo que hubiera
sucedido en otro país o en la época
del Imperio Romano. Tras las preguntas y las
caras de asombro, dejó su conferencia
de lado y habló largo y tendido sobre
el exilio republicano, sintiéndose un
poco ofendido de que esta información
hubiera sido extirpada de la historia oficial
de España.
Las razones de este desconocimiento pueden ser
muchas, pero algunas de las más inmediatas
las he obtenido de las explicaciones de mis
estudiantes. Unos me señalan que los
acontecimientos más recientes apenas
se abordan en la asignatura de historia del
bachillerato, debido a la extensión del
programa, lo que hace que las explicaciones
se acaben cuando comienza el franquismo; otros
apuntan que en esas clases percibían
la impresión de que los profesores, no
todos, por supuesto, demostraban poco interés
en querer entrar en lo que parece ser un agujero
negro en nuestra historia.
Tampoco en las familias se habla del tema, ni
siquiera del tardofranquismo que han vivido
sus padres. Hace pocos años, hablando
distendidamente con estudiantes de doctorado,
me confesaban que no conocían nada acerca
de las muertes que se produjeron en el final
del franquismo y el inicio de la transición.
No sabían nada acerca de la matanza de
Montejurra, ni de la de Vitoria, ni sabían
nada acerca de la muerte de estudiantes como
Luz Nájera, Carlos González, ambos
de la Universidad Complutense. Algo sí
sabían sobre la matanza de Atocha.
La idea que tienen los universitarios del franquismo
es generalmente vaga, algo así como que
fue una dictadura y que algunos de sus padres
corrieron delante de los grises, planteándolo
como algo divertido y folklórico, sin
que se sepa que detrás de esas carreras
había detenidos, torturas, expedientes
de expulsión de la universidad, depuraciones,
exilios, e incluso muertes como la de Enrique
Ruano.
Bien es verdad que este desconocimiento procede
tal vez del pudor de muchos padres de no hablar
de esa parte de la historia que hemos vivido.
Y es que sobre el tardofranquismo, aunque haya
novelas extraordinarias como El vano ayer, de
Isaac Rosa, se ha escrito poco.
Mi experiencia como profesor me indica que los
estudiantes saben más del nazismo, gracias
al cine, o de lo que sucedió en las dictaduras
de Chile y Argentina, por las informaciones
de los medios de comunicación, que de
lo que fue nuestra dictadura, y, por supuesto,
que no tienen una idea exacta de la brutalidad
que supuso el régimen de Franco.
Hay otro factor más que aclara este escaso
conocimiento sobre el ayer cercano, y es que,
en la actualidad, la curiosidad intelectual
y la inquietud política y cultural es
menor que la que había en esos años
sesenta. Asimismo hay una menor afición
por la lectura y, por tanto, también
menos interés por averiguar por uno mismo,
como se hacía entonces, aquello que no
se encuentra en los programas de las asignaturas
oficiales. El porqué esto es así
tendría que ser objeto de un análisis
sociológico más profundo, que
no es lo que pretendo hacer aquí ya que
tan sólo quiero dejar constancia de un
hecho. Tampoco pretendo juzgar ni condenar a
nadie por su desconocimiento, aunque sí
lamentar que esto suceda, ni comparar generaciones.
Son momentos diferentes que responden a realidades
distintas, y en la actualidad hay cosas mejores
y otras peores, en lo que a preparación
intelectual se refiere y respecto a lo que sucedía
en los años sesenta, que tampoco debe
ser un decenio ni mucho menos mitificado.
Creo necesaria, no obstante, la adaptación
de la enseñanza a los tiempos actuales,
y también que no debemos consentir que
la historia de España más cercana
haya quedado extirpada o deformada, máxime
cuando llevamos 30 años de democracia
y ésta se encuentra ya consolidada.
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El
olvido de la crueldad franquista
© Emilio Fuentes Romero
Doctor en Periodismo. Grupo Comunicar.
Profesor de Historia del IES Monterroso
Estepona, Málaga
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