Hace noventa años, el 1 de diciembre de 1917, salía
a la calle el primer número de El Sol,
por medio del cual Nicolás María
de Urgoiti, ingeniero vasco nacido en Madrid,
pretendía al mismo tiempo modernizar las
estructuras de la prensa y contribuir a la renovación
cultural y política de España. Lo
mismo que les sucediera a otros dos grandes innovadores
de la prensa madrileña, Luis García
del Cañuelo, que en 1781 crea El Censor,
ariete del pensamiento crítico hasta su
prohibición en 1787, y Andrés Borrego,
seguidor de The Times en la década de 1830
con El Español, su nombre dice bien poco
a los españoles de hoy.
En una reciente historia del pensamiento la referencia
a Urgoiti se agotaba en unas líneas. Incluso
El Sol resulta con frecuencia asignado a José
Ortega y Gasset, "colaborador desde el primer
momento", según le definiera Urgoiti
en 1930, y de hecho asesor eminente en los trece
años que discurren hasta que su artículo
antimonárquico "El error Berenguer"
provoca la pérdida del diario por Urgoiti.
Una vez agotado el arbitrismo de los regeneracionistas
tras la crisis del 98, los intelectuales más
lúcidos buscaron un modelo exterior con
el fin de superar el callejón sin salida
en que se encuentra la España de la Restauración.
Ortega lo hace en Alemania, Azaña mira
afuera con el fin de aprender de la democracia
francesa. Por su parte, desde su formación
técnica como ingeniero, Urgoiti se vuelve
hacia el mundo anglosajón, e intenta hacer
de la racionalización empresarial en el
sector papelero el punto de partida de una serie
de mutaciones sucesivas, una especie de círculo
de círculos, que desde La Papelera Española
conducen a la esfera de la comunicación
y de la cultura (El Sol, Espasa-Calpe) y desembocan
en la propuesta de un régimen liberal-democrático,
basado en la igualdad de oportunidades, frente
a la "vieja política" de la Restauración.
Ortega, por su parte, insiste en el papel de las
minorías rectoras para abordar el "problema
de España", designado con la fórmula
de la España invertebrada. La política
es mediación necesaria para ambos, aunque
ante la situación agónica de la
Monarquía entre 1917 y 1923 tanto Ortega
como Urgoiti apoyan inicialmente las supuestas
intenciones regeneradoras de la Dictadura.
La reflexión sobre el cambio necesario
se mantiene en todo caso, hasta plantear la eliminación
de la Monarquía. Ortega y Urgoiti coinciden
asimismo en postular un partido nacional, que
compense el protagonismo y la soledad del PSOE.
Claro que al llegar 1931 sostuvieron distintos
planteamientos, distintos contenidos, más
conservadores en el filósofo, de integración
del capital en el régimen para el ingeniero.
Acabarán su empresa reformadora como los
personajes en busca de autor pirandellianos, a
falta del instrumento requerido para el cambio.
Los sectores sociales capaces de asumir la modernización
existían, pero eran minoritarios en una
España dual. Por otra vía, análogo
estrangulamiento afectará también
a Azaña. Sobrevivió la grandeza
del empeño, y en el caso del tándem
Urgoiti-Ortega, el logro de un excelente periódico,
en la información y por las colaboraciones
de intelectuales. No obstante, constataba Urgoiti
en 1926, a pesar del prestigio alcanzado, "el
progreso es muy lento" en "la conquista
de los lectores".
La vida de El Sol es así una muestra más
de las inevitables y difíciles relaciones
entre la prensa periódica y el poder económico.
Urgoiti lo fundó para ser rentable. Desde
el primer momento insistió además
casi obsesivamente en atender al criterio de independencia
que marcaba la cabecera: "No admite subvenciones
de ninguna especie" y sus ingresos serían
los propios de una empresa del todo "seria
e independiente". Al final, esa independencia
costó la vida a El Sol de Urgoiti: tras
el "delenda est monarchia" proclamado
por Ortega, los papeleros monárquicos arrebataron
el diario al ingeniero, unas semanas antes del
14 de abril. A su frente pasó un astuto
oportunista, Manuel Aznar. Fue el inicio para
todos de una larga agonía.
Por contraste, el diario en los años 70
que tomó el relevo de El Sol, en cuanto
órgano de renovación cultural y
política, obtuvo unos espléndidos
beneficios. El progreso económico, y con
ello el crecimiento de unas capas medias ilustradas,
proporcionaron la clientela que faltó tanto
a El Sol como al semanario orteguiano España.
Así ha cobrado forma un sólido entramado
económico-cultural, no sin tener que soportar
alguna vez un cerco conservador comparable al
que sufriera Urgoiti.
Sólo queda por ver el coste de la afortunada
vinculación entre el diario y su constelación
económica. Entre tanto, es de lamentar
la desaparición en la cabecera del rótulo
de "diario independiente" que indicaba
al mismo tiempo el enlace con la historia y una
exigencia ética.
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