“Los dueños de las fábricas, ansiosos
por mantener en funcionamiento sus máquinas día
y noche mientras la industria fuera próspera, ocupaban
a hombres, mujeres y niños en jornadas de trabajo
de doce a dieciséis horas, de día y de noche.
Cuando comenzaba un período de dificultades económicas
con baja en las ventas, los empresarios no dudaban en
deshacerse de la fuerza de trabajo: despedían a
muchos trabajadores, ya que en la puerta de la fábrica
una larga fila de desocupados esperaba el momento en que
los propietarios de las fábricas decidieran poner
nuevamente en funcionamiento sus máquinas.
Cuando los patronos querían aumentar la producción
hacían trabajar más duramente a sus trabajadores.
Cuando era necesario reducir la producción, despedían
a un número determinado de trabajadores o contrataban
personal eventual para que trabajara sólo unas
cuantas semanas o meses a cambio de sueldos miserables.
Las jornadas diurnas y nocturnas, absurdamente largas,
deben haber provocado una disfunción en la eficacia
de los trabajadores; durante algunas de estas interminables
horas, el trabajo debe haber dado resultados negativos
en vez de positivos”.
Deane. La revolución Industrial en Gran
Bretaña. 1953.
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