“Lo que convencionalmente se denomina revolución
agrícola es un fenómeno localizable en un
reducido número de países. Consolidada durante
el siglo XVIII en Inglaterra, extendida después
a la fachada occidental europea y a regiones muy delimitadas
de Centroeuropa, como consecuencia de la disolución
de los regímenes señoriales, se caracteriza
por una transformación radical de los sistemas
de producción: paulatina desaparición del
barbecho y sustitución por la rotación de
cultivos, que incrementa el volumen de las cosechas; diversificación
de cultivos en estrecha ligazón co la expansión
ganadera; ampliación del número de cerramientos
y tendencia a la concentración de parcelas para
un uso más racional; incorporación de un
nuevo instrumental agrario, de maquinaria y abonos. Todo
ello da como resultado un aumento sostenido de productividad
del excedente comercializable, estimulado por la demanda
de los núcleos urbanos que no dejan de crecer.
En suma, la agricultura rompe definitivamente el círculo
vicioso del autoabastecimiento y se convierte en pieza
básica en la configuración de los mercados
nacionales.”
A. Bahamunde. La revolución agrícola
y la industrialización.