“De las obras y establecimientos públicos
para facilitar el comercio de la sociedad.
En primer lugar, de los que son necesarios para la mayor
facilidad del comercio en general.
Que sostener aquellas obras públicas que facilitan
el comercio de un país, como son los caminos
reales, los puentes, los canales navegables, los puertos,
etc, han de necesitar diferentes grados de coste y expensas
según los distintos períodos de la sociedad,
es tan evidente que no necesita demostración.
Los gastos para abrir y sostener los caminos públicos
de cualquier país no pueden menos de aumentarse
con el producto anual progresivo de la tierra y del
trabajo del propio país, o con el aumento de
la cantidad de efectos que es necesario que se conduzcan
y pasen por aquellos caminos. La fortaleza y solidez
de un puente habrá de ser también proporcionada
al número y peso de los carruajes que han de
rodar regularmente sobre ellos. La profundidad y caudal
de aguas para un canal navegable no pueden menos do
corresponder al número y cabida de toneladas
de los barcos que regularmente deben navegar por ellos,
Y la extensión de un puerto al número
de bajeles que han de fondear y abrigarse en él.
No aparece como indispensable que los gastos de obras
semejantes, a lo menos para su conservación,
deban obtenerse de lo público (...). La mayor
parte de aquellas obras pueden mantenerse de modo que
ellas mismas den de sí lo suficiente para su
propio coste, sin imponer esta carga al ramo de aquellas
rentas públicas.
Cuando los carruajes que pasan por los caminos reales
y puentes, y los barcos que navegan por los canales
pagan el impuesto de portazgo a proporción de
su peso, cabina y toneladas, contribuyen para sostener
aquellas obras con una exacta proporción al deterioro
y daño que ocasionan. No parece posible hallar
un método más equitativo de sostener las
obras públicas. Además, este impuesto,
aunque verdaderamente lo anticipa el conductor, viene
a pagarlo en definitiva el consumidor de los géneros
que aquél conduce, pues a él es necesario
cargarle el coste en el precio de los bienes vendibles.
Pero como los costes de la conducción se aminoran
considerablemente por medio de aquellas obras públicas,
los efectos no pueden menos de venderse más baratos
de lo que se venderían si no existiesen aquéllas,
a pesar del impuesto, porque éste nunca levanta
tanto aquel género como lo baja la comodidad
de la conducción, y de este modo la persona del
consumidor, que paga el impuesto, gana más de
lo que pierde con este sobreprecio. El desembolso es
exactamente proporcionado a su ganancia, y no viene
a ser otra cosa que ceder cierta parte de utilidad por
sacar otra mayor, con lo cual es imposible imaginar
sistema más equitativo de imponer una contribución.”
Adam Smith. La riqueza de las Naciones. 1776.