“El judío se hace también intempestivamente
liberal y se muestra un entusiasta del progreso necesario
a la humanidad. Poco a poco llega a hacerse de ese modo
el portavoz de una nueva época.
Pero lo cierto es que él continúa destruyendo
radicalmente los fundamentos de una economía
realmente útil al pueblo. Indirectamente, adquiriendo
acciones industriales, se introduce en el círculo
de la producción nacional; convierte esta en
un objeto de fácil especulación mercantilista,
despojando a las industrias y fábricas de su
base de propiedad personal. De aquí nace aquel
alejamiento subjetivo entre el patrón y el trabajador
que conduce más tarde a la división política
de las clases sociales.
Al cabo de todo, gracias a la bolsa, crece con extraordinaria
rapidez la influencia del judío en el terreno
económico. Asume el carácter de propietario
o por lo menos el de controlador de las fuentes nacionales
de producción.
Para reforzar su posición política, el
judío trata de eliminar las barreras establecidas
en el orden social y civil que todavía le molestan
a cada paso. Se empeña, con la tenacidad que
le es peculiar, en favor de la tolerancia religiosa
y tiene en la francmasonería, que cayó
completamente en sus manos, un magnífico instrumento
para cohonestar y lograr la realización de sus
fines.
Los círculos oficiales, del mismo modo que las
esferas superiores de la burguesía política
y económica, se dejan coger insensiblemente en
el garlito judío por medio de lazos masónicos.
Pero el pueblo mismo no cae en la fina red de la francmasonería;
para reducirlo sería me¬nester valerse de
recursos más torpes, pero no por eso menos eficaces.
Junto a la francmasonería está la prensa
como una segunda arma al servicio del judaísmo.
Con rara perseverancia y suma habilidad sabe el judío
apoderarse de la prensa, mediante cuya ayuda comienza
paulatinamente a cercar ya sofisticar, a manejar ya
mover el conjunto de la vida pública (…).
Mientras el judío parece desbordarse en el ansia
de «luces», de «progresos»,
de «libertades», de «humanidad»,
etc., practica íntimamente un estricto exclusivismo
de su raza. Si bien es cierto que a menudo fomenta el
matrimonio de judías con cristianos influyentes,
en cambio, sabe mantener pura su descendencia masculina.
Envenena la sangre de otros, en tanto que conserva incontaminado
la suya propia. Rara vez el judío se casa con
una cristiana, pero sí el cristiano con una judía.
Los bastardos de tales uniones tienden siempre aliado
judío. Esta es la razón por la cual, ante
todo, una parte de la alta nobleza está degenerando
completamente. Esto lo sabe el judío muy bien
y practica por eso sistemáticamente este modo
de «desarmar» a la clase dirigente de sus
adversarios de raza.
Para disimular sus manejos y adormecer a sus víctimas
no cesa de hablar de la igualdad de todos los hombres,
sin diferencia de raza ni color. Los imbéciles
se dejan persuadir (…)”.
Adolf Hitler. Mi lucha. 1924.