“No fue sino después de la guerra cuando
las dictaduras irrumpieron e Europa; dictaduras que
diferían en sus orígenes y en los propósitos
reales o jactanciosos, pero tenían en común
la necesidad de imponer el despotismo más absoluto
[ ... ].
Un cierto desencanto respecto a las viejas instituciones
parlamentarias hizo el resto [...]. Cuando los dictadores
apelan a las pasiones populares, es casi siempre a las
pasiones más peligrosas a las que ellos recurren,
aunque sólo sea porque se encuentran obligados
a despertar los sentimientos de guerra, de nacionalismo
furioso. En efecto, las dictaduras no pueden permanecer
y prosperar más que en una atmósfera de
guerra.
Se puede decir que esta excitación de las pasiones
nacionalistas entre las masas constituye la característica
común y esencial de las dictaduras de posguerra,
Stalin incluido”.
Conde de Sforza. Dictadores y dictaduras tras
la guerra. 1931