Arthur R. G. Solmssen
“Pedí la cuenta. Cuando
la trajeron, estaba cuidadosamente detallada y sumaba
650. 000.000 de marcos. Muy serviciales, habían
calculado al cambio especial de 31 dólares con
63.
- ¿Puedo ver esa cuenta? -preguntó Alfred,
poniéndose las gafas de leer y, antes de que yo
pudiera evitarlo, la tomó. Christoph se puso de
pie, miró por encima del hombre de Alfrd y sacó
la estilográfica (...)
¡Herr camarero¡ -gritó Alfred.
Un momento -protesté-. Esta es mi fiesta, sé
que el lugar es caro...
No me prestaron atención. En un abrir y cerrar
de ojos, el maître, el gerente y un cajero se habían
reunido en torno a nuestra mesa.
-Herr Baron, es el procedimiento habitual aquí.
-¿Desde cuándo? ¡Esto es ultrajante¡
¡No es culpa nuestra, señor¡
¿De dónde ha sacado este tipo de cambio?
Usted sabe muy bien que a las doce eran veintiséis
mil millones (el dólar).
-¡Pero ahora son las dos de la madrugada, Herr Baron¡
Tenemos que defendernos...
-¿E inventa por ello un nuevo cambio? ¿El
cambio nocturno del Adlon?
El cálculo da menos de veinticinco mil millones
por dólar -anunció Christoph, que había
estado haciendo cuentas en el reverso de un menú.
-Herr Baron, tenemos que defendernos -dijo el gerente.
¿Cómo sabremos cuál será el
cambio cuando depositemos el dinero mañana por
la mañana? -preguntó el cajero. Era un joven
pálido, colérico, de piel enfermiza y gafas
de cristales gruesos. Vestía un traje raído.
Parecía cansado.
-¡Usted está cobrando en dólares,
hombre¡ -dijo Christoph en tono de plaza de armas-,
¡Mañana por la mañana valdrán
más¡
Por supuesto, ellos lo sabían perfectamente. Si
yo hubiera tratado de pagar la cuenta en marcos -suponiendo
que hubiese podido llevar al comedor más de setecientos
noventa mil millones de marcos- no los hubieran aceptado.
¿Qué hacía la gente si no tenía
dólares, libras, florines o francos? Algo que seguro
no hacían era cenar en el Hotel Adlon.
Cuando terminaron las negociaciones, mi cuenta había
sido reducida en un dólar y veintitrés centavos,
lo cual difícilmente valía la pequeña
escena.”
Arthur R. G. Somssen. Una princesa
en Berlín.
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