“Por lo tanto, la nación entró vacilante
al segundo invierno de la depresión y el desempleo
comenzó a volverse una forma de vida (...) Pero
el frío era terrible en las viviendas sin calefacción,
en las posadas que olían a sudor y desinfectantes,
en los parques, en los furgones vacíos y a lo
largo de los muelles. Sin dinero para el alquiler, los
hombres sin trabajo y todas sus familias comenzaron
a levantar barracas donde encontraban tierra desocupada.
A lo largo de los terraplenes de los ferrocarriles,
al lado de los incineradores de desperdicios, en los
basureros de las ciudades, aparecieron poblados de cartón
embreado y hojalata, cajas viejas de empaque y carrocerías
de automóvil inservibles. Algunas barracas eran
ordenadas y limpias: por lo menos la limpieza era gratuita;
pero otras eran de una sordidez que desafiaba toda descripción,
con los olores de la pobreza y de la rendición.
Símbolos de la Nueva Era, esas comunidades recibieron
muy pronto un nombre sardónico: se las llamó
Villas Hoover, y de hecho en muchos casos solo los afortunados
podían encontrar refugio en ellas. Los infortunados
pasaban las noches amontonados ante las puertas, en
cajas de empaque vacías o en furgones. En las
filas de pan y en las cocinas populares, muchas horas
de espera traían una escudilla de papilla a menudo
sin leche o sin azúcar y una taza de hojalata
con café. (...) Ese segundo invierno vio a los
habitantes de Chicago que escarbaban con palos y con
las manos los montones de basura cuando se alejaban
los camiones del servicio de limpieza.“
Arthur M. Schlesinger, Jr.
La crisis del orden antiguo 1919-1933.