Isabel Allende
“La clase alta, sin embargo, dueña
del poder y de la riqueza, no se dio cuenta del peligro
que amenazaba el frágil equilibrio de su posición.
Los ricos se divertían bailando el charlestón
y los nuevos ritmos el jazz, el fox-trot y unas cumbias
de negros que eran una maravillosa indecencia. Se renovaron
los viajes en barco a Europa, que se habían suspendido
durante los cuatro años de guerra y se pusieron
de moda otros a Nortameamérica. Llegó la
novedad del golf, que reunía a la mejor sociedad
para golpear una pelotita con un palo, tal como doscientos
años antes hacían los indios en esos mismos
lugares. Las damas se ponían collares de perlas
falsas hasta las rodillas y sombreros de bacinilla hundidos
hasta las cejas, se habían cortado el pelo como
hombres y se pintaban como meretrices, habían suprimido
el corsé y fumaban pierna arriba. Los caballeros
andaban deslumbrados por el invento de los coches norteamericanos,
que llegaban al país por la mañana y se
vendían el mismo día por la tarde, a pesar
de que costaban una pequeña fortuna y no eran más
que un estrépito de humo y tuercas sueltas corriendo
a velocidad suicida por unos caminos que fueron hechos
para los caballos y otras bestias naturales, pero en ningún
caso para máquinas de fantasía. En las mesas
de juego se jugaban herencias y las riquezas fáciles
de la posguerra, destapaban el champán, y llegó
la novedad de la cocaína para los más refinados
y viciosos.”
Isabel Allende. La Casa de los
Espíritus. Ed. Plaza y Janés. Barcelona,
1992.
Usamos cookies propias y de terceros que entre otras cosas recogen datos sobre sus hábitos de navegación para mostrarle publicidad personalizada y realizar análisis de uso de nuestro sitio.
Si continúa navegando consideramos que acepta su uso.
OK Más información