“Al estar paralizados todos los
ramos de actividad, los empleos cesaron, desapareciendo
el trabajo y, con él, el pan de los pobres; y los
lamentos de los pobres eran, ciertamente, muy desgarradores
al principio, si bien el reparto de limosnas alivió
su miseria en ese sentido. Cierto es que muchos escaparon
al campo, mas hubo miles de ellos que permanecieron en
Londres hasta que la pura desesperación les impulsó
a salir de la ciudad, al solo fin de morir en los caminos
y servir de mensajeros de la muerte, pues hubo quienes
llevaron consigo la infección y la diseminaron
hasta los confines más remotos del reino.
Muchos de ellos eran los miserables seres de objeto de
la desesperación a que he aludido antes; y fueron
aniquilados por la desgracia que sobrevino después,
pudiendo decirse que perecieron, no por la peste misma,
sino por sus consecuencias; señaladamente, de hambre
y de escasez de todas las cosas elementales, sin alojamiento,
sin dinero, sin amigos, sin medios para conseguir su pan
de cada día ni nadie que se lo proporcionase, ya
que muchos de ellos carecían de lo que llamamos
residencia legal y por ello no podían pedir nada
a las parroquias. (...).
Todo ello, si bien no deja de ser muy triste, representó
una liberación, ya que la peste, que arreció
de una manera horrorosa desde mediados de agosto hasta
mediados de octubre, se llevó durante ese tiempo
a unas treinta o cuarenta mil personas de estas, las cuales,
de haber sobrevivido, hubieran sido una carga demasiado
pesada debido a su pobreza.”
Daniel Defoe. Diario del año
de la peste (referido a la epidemia de 1722).
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