“El orden eclesiástico no
compone sino un solo cuerpo. En cambio la sociedad está
dividida en tres ordenes. Aparte del ya citado, la ley
reconoce otras dos condiciones: el noble y el siervo,
que no se rigen por la misma ley.
Los nobles son los guerreros, los protectores de las iglesias.
Defienden a todo el pueblo, a los grandes lo mismo que
a los pequeños y al mismo tiempo se protegen a
ellos mismos. La otra clase es la de los siervos. Esta
raza de desgraciados no posee nada sin sufrimiento. Provisiones
y vestidos son suministrados a todos por ellos, pues los
hombres libres no pueden valerse sin ellos. Así
pues, la ciudad de Dios, que es tenida como una, en realidad
es triple. Unos rezan, otros luchan y otros trabajan.
Los tres ordenes viven juntos y no sufrirían una
separación. Los servicios de cada uno de estos
ordenes permiten los trabajos de los otros dos. Y cada
uno a su vez presta apoyo a los demás. Mientras
esta ley ha estado en vigor el mundo ha estado en paz”.
Del monje Adalberón
en su obra Carmen ad Robertum regem francorum,
año 998.
La estructura social que Adalberón
defiende en la Alta Edad Media estuvo vigente -con
cambios- durante ocho siglos más. Desaparecería
a finales del siglo XVIII en Francia y durante el
XIX por el resto de Europa debido a la acción
de las revoluciones burguesas.
En este texto se aprecia cómo
el monje justifica la desigualdad estamental desde
una perspectiva religiosa. Dios quiere, según
indica, que cada grupo social cumpla una determinada
función y establece una clara distinción
entre los tres órdenes. |
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