“A lo largo de 1917, la práctica
totalidad de las naciones europeas comprometidas en
la guerra atravesó serias dificultades de orden
político planteadas por causas económicas,
sociales y militares. (...)
En Francia el problema no era solamente político
y económico, sino también militar. Los
años de guerra de trincheras habían agotado
la moral del ejército francés. Demasiado
cercanos a la retaguardia como para no darse cuenta
de su mísera condición, los soldados galos
habían ido incubando un resentimiento que se
plasmó en los motines de 1917. (...)
Durante la primavera de 1917, (...) comenzaron a producirse
motines en algunas unidades francesas. Pronto se extendieron
por el frente. Los soldados protestaban por la forma
en que se conducía la guerra, en la que eran
sacrificados sin beneficio, y se negaban a combatir.
El peligro de un desmoronamiento del frente era evidente.
En noviembre, dimitió el gobierno Painlevé
y le fue confiado el poder a Georges Clemanceau. Asustado
por lo que creía un movimiento revolucionario,
el jefe del gobierno procedió a abortarlo por
dos procedimientos. Primero desató una despiadada
represión no sólo contra los amotinados
-554 condenas a muerte, de las que se ejecutaron 49-,
sino también contra los socialistas que habían
abandonado la Unión Sagrada y contra los pacifistas
en general. Luego, sustituyó al desprestigiado
Nivelle por Pétain, quien detuvo las costosas
e inútiles ofensivas.
J. Gil Pecharromán. La
Gran Guerra.